miércoles, 22 de mayo de 2013

Dislexia en estado puro.


En las diversas charlas sobre dislexia a las que he asistido últimamente, los ponentes aluden a lo mal que lo pasan los niños en clase. Y ponen como ejemplo a un adulto yendo a un trabajo en el que no se tiene dominio del resultado de su tarea, no se domina la materia, y en el que hay un jefe exigente que presiona constantemente para obtener unos resultados que dificilmente puedes dar. 

Evidentemente, la situaión de ese trabajador "ejemplar", ¡es terrible!

Con este ejemplo intentan acercarnos a la realidad infantil de los alumnos y alumnas en las aulas pero... es que resulta que es un ejemplo y una realidad al mismo tiempo.

La angustia de los adultos con dislexia es tremenda; y es un caso que tenemos que plantearnos como algo serio.

Yo soy disléxico, creo. No estoy diagnosticado pero mantengo una dificultad en la lectura y la escritura, además de en otras áreas desde muy niño. Recuerdo mi infancia y mi juventud a través de las experiencias de mis hijos, y eso es precisamente lo que me reafirma como disléxico.

Trabajo en una gran Empresa como informático, y hoy es el día en el que estamos realizando cambios importantes en "El Sistema". Programas y procesos que hay que tocar y retocar, adaptar a una nueva situación y... aquí es donde estoy reviviendo la angustia infantil.

Presto una gran atención a lo que hago, soy un buen profesional, más... realizo una tarea tremenda ya que me veo repasando todo aquello que hago, y pese a ello, percibo errores. Presto tanta atención que acabo exhausto, aun fijándome de manera extrema me percato de ciertas dificultades.

Veo el problema y la solución pero tropiezo con el detalle, en lugar de *IN55 es *NI55 y esto cambia el resultado. No vale en este caso "desleer", estrategia muy útil que me aconsejó mi amigo Paco, comenzar a repasar desde el final hacia el principio, no es un texto en castellano... evidentemente, queda en entredicho la profesionalidad si el resultado no es el adecuado, que si lo es, pero a un precio tremendo, enorme.

¿Y todo ésto tan íntimo, para qué lo cuento? Para que nos demos cuenta de que estamos haciendo el pan como unas ostias. Estamos incidiendo en la perfección de la lectura y la escritura de las personas con dislexia y nos estamos olvidando de muchas cosas. De que van a tener problemas siempre ante cuestiones tan cotidianas como trabajar. De que no vamos a atender las tremendas habilidades que poseen, llevándolos a la infelicidad. De que si no cambiamos nuestro concepto de éxito, nos vamos a dar un tremendo batacazo.

No podemos crear falsas expectativas a las personas con dislexia. A los niños y niñas en periodo escolar, no vale decirles lo maravilloso que es ser disléxico. Una mierda... es una verdadera putada, pero tenemos que ser lo suficientemente inteligentes para cambiar esto.

Los actores de este acto no son los niños, los actores somos nosotros, y de nuestra actuación dependerá el resultado del teatro de la vida, de sus vidas, las de nuestros niños. Ellos son los espectadores, espectadores espectantes de nuestra forma de hacer bien o mal las cosas, y hoy por hoy, la estamos cagando.

No podemos perpetuar las identidades falsas de la dislexia, ni situaciones idílicas. La realidad de la dislexia es otra cosa.


Gracias mamá por enseñarme algo mucho más importante.
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